La revolución de mayo fue un movimiento colectivo, que no empezó ni en París ni en mayo: la primera convulsión que lanzó el movimiento se produjo con una huelga obrera, dura y masiva, en Caen, al oeste de la capital, cuyo punto culminante fue, a finales de enero de 1968, un choque con la policía que dejó 200 huelguistas heridos.
Fue el pistoletazo de salida de un aggiornamiento popular: la clase obrera se dio cuenta de que nada había obtenido, en términos de salarios y derechos, a cambio del esfuerzo librado para transformar la Francia en ruinas de la Segunda Guerra Mundial en la Francia rica de las tres décadas llamadas Les Treinte Glorieuses. En las semanas siguientes, no fueron los estudiantes los que pusieron patas arriba el país sino los huelguistas que ocuparon fábricas y centros de transporte, coordinados por el Partido Comunista y el que era entonces su sindicato, la CGT.
De 200.000 huelguistas a primeros de mes, se pasó, el 28 de mayo, a ocho millones de trabajadores en huelga general política indefinida y un país paralizado. Algo sólo posible gracias al minúsculo aguijón trotskista y al poder masivo de choque de la CGT. El Gobierno de Charles de Gaulle dio su brazo a torcer en ese momento, con los Acuerdos de Grenelle, que revalorizaron un 35% el salario mínimo, iniciaron la reducción de la edad de jubilación y crearon derechos para los sindicatos en las empresas. (Público 18-05-08)
Hoy, con un hilo delgado estamos unidos a aquel ideal por ciertas organizaciones antiglobalización y por algunos grupos de especialistas desinteresados que colaboran con el desarrollo sostenible.
La individualización conseguida en el mundo laboral, es decir que yo miro por mi trabajo y punto, extrapolado en grado máximo a la vida social, hace imposible que cualquier convocatoria para reivindicar el mínimo derecho que ya se tuvo y se perdio en el camino, sea imposible, a no ser que algún tozudo romántico inicie la vía judicial, a claro luego le aplauden cuando ganan, pero vuelven a su sofa.
Feo, es muy feo todo lo que veo.
Nos avasallan, nos humillan, nos infravaloran, pero callamos contestando " me engañaran en el sueldo, pero no en el trabajo" y así vuelven a casa tras su jornada laboral.
Pensar en una nueva huelga general, ni siquiera se la plantean los lideres sindicales, aunque haya más precariedad laboral que nunca, horarios de trabajo abusivos, maltrato a los trabajadores, saben muy bien que desde la Tatcher ellos viven del Estado, pues el dinero de la afiliación solo sirve para renovar la tapiceria de algunos despachos.
Qué bien vivimos! - mirando hacia dentro, eso sí ante la televión de plasma es lo más in.
Aún sueño.
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