lunes, 30 de junio de 2008

Vate vago.






































TRIBUNA: ANTONIO GAMONEDA
El Manifiesto ya no es razonable
Aunque el documento por la lengua común, que reclama reformas para defender el castellano, es razonable en su literalidad, lo han averiado los ideólogos y la política enmascarada
ANTONIO GAMONEDA 30/06/2008







Qué alegría, han despertado los acomodados intelectuales, prosaicos en su columnas y tribunas de opinión, editando sus bárbaras obras y sentados sin discrepar, ni con el vuelo de la mosca cojonera.


D. Antonio Gamoneda, mi admirado poeta, que en su relevante trayectoria, ayer glosa y desglosa las intencionalidades de los firmantes de peso del manifiesto, desequilibrando la balanza que quiere hacer a España, grande y libre.


Revuelvo en el cajón de las bofetadas, para encontrar la que justifique ser usada, y estamparla contra la página de adhesiones libres y gratuitas de ese periódico donde se plasman y aplauden los discursos escritos y poco razonados de un presidente de las Faes, sin tino ni concierto en español, de la raigambre que utiliza cualquier resquicio para infiltrarse como ratas y hacerlo suyo, en contra de las evoluciones sociales.


Tampoco es tan desmesurado la idea de aprender dos o más idiomas, el catalán y el gallego son más sencillos, el valenciano es un invento y el vasco que endurece el carácter por difícil y consonántico, aunque creo que sí se está arrinconando demasiado el castellano, en algunas comunidades autónomas

Estos requetes encienden cualquier mecha, sin mirar que las hostias se vuelven a dar en latín, que se cercan los derechos laborales, que se criminaliza al extranjero no rico, que están rodeados de políticos ladrones, de malversadores de fondos, de coechadores, les vale para ello la familia , aunque en las más religiosas es don más embarazos adolescentes halla, más adulterios, más aptitudes machistas.


Y con la palabra intelectual silbada, traen y llevan su ideario de añoranzas, de altar en altar. de púlpito en púlpito, de cope en cope para revolver las aguas de los días, en una democracia amañada con careta. Detrás están ellos, los hijos y los nietos de los talentosos dirigentes del El Pardo.


A la gauche divine cedo la palabra, para que en el uso de su carrera de filología, definan, denuncien, desmonten y se desmarquen de los himnos de la España triunfal.

Hablad, aunque por hablar os merme la nevera.
El común de los mortales os lo agradecerá.


El término "intelectual" es acuñado en Francia durante el Caso Dreyfus para designar al conjunto de personajes de la ciencia, el arte y la cultura que apoyaban la liberación del capitán judío Alfred Dreyfus acusado injustamente de traición. El termino está dotado socialmente de un valor de prestigio. Se entiende que esa actividad dedicada al pensamiento tiene una dimensión y una repercusión públicas que se consideran muy valiosas. El problema que se deriva de ello es que, en muchas ocasiones, la aplicación del término depende del grado de afinidad ideológica, política, etc. que tenga quien lo aplica con respecto de la persona que se esté considerando.







Una de las funciones que los intelectuales públicos deben desarrollar es, según Amitai Etzioni, cuidar de las "communities of assumptions" ("asunciones compartidas") que sostienen los ciudadanos[cita requerida]. Además de ello, renovar, recrear, rehacer, reconstruir, abrir, imaginar o transformar esas asunciones sociales compartidas que, resistentes al cambio, tienden a rutinizar su existencia en términos de tradiciones establecidas. El intelectual, al abrirse a las interpretaciones alternativas de la realidad, amplía la perspectiva de los ciudadanos y trata de transformar el mundo mediante la palabra.







Por otro lado, Paul Berman ha señalado el problema que tiene para los intelectuales la pérdida de un público atento que escuche, como fueron en su momento escuchados Hanna Arendt, Theodor Adorno, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Bernard Shaw, Ortega y Gasset, etc.

WIKIPEDIA


-¿Cuál es el estado actual de los intelectuales?-Muy semejante al de siempre. Los intelectuales son quienes escriben la historia, los que presentan las imágenes del presente y del pasado. Para ser más preciso, me refiero a los intelectuales que se llaman "intelectuales responsables". Los disidentes no escriben la historia. Por ejemplo, Walter Lippman se describía orgullosamente como uno de los "hombres responsables". Eugene Debbs, el personaje principal del movimiento obrero estadounidense, candidato a la presidencia por el Partido Socialista y un crítico de la Primera Guerra Mundial, estaba en la cárcel. Y a Walter Lippman nunca se le ocurrió preguntarse ¿por qué soy yo una persona responsable y Eugene Debbs está en la cárcel? ¿Soy yo más intelectual que él? Y la respuesta es no, están simplemente de diferentes lados de la barrera. Si estás del lado del poder y de la autoridad, puedes entrar en el círculo de los intelectuales responsables. Si eres un crítico y un disidente, la tendencia es que te traten duramente. No quiero decir que la historia sólo ha sido escrita por apologistas. No sería exacto decirlo así. Pero hay una tendencia en esa dirección. Incluso la imagen de cómo actúan los intelectuales tiende a ser halagadora y narcisista. Por lo tanto, creo que hay una ilusión acerca de cómo han actuado en el pasado los intelectuales. Ha habido tiempos en que el grado de influencia sobre el público general de los intelectuales -intelectuales en el verdadero sentido de la palabra- fue extraordinario, esos momentos de fermento, períodos revolucionarios, como el de los levellers en la revolución inglesa o los años sesenta del siglo XX. Pero la mayor parte del tiempo, los intelectuales son aduladores del poder. La situación usual es la de la Primera Guerra Mundial, cuando los intelectuales, en ambos lados, estaban alineados y al servicio del poder. Eran entusiastas apologistas de su Estado: los alemanes por Alemania, los ingleses por Inglaterra y los franceses por Francia. Hubo algunas excepciones, pero muy pocas y terminaron en la cárcel. Bertrand Russell, por ejemplo, en Inglaterra; Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo en Alemania y Eugene Debbs en Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales son servidores del poder.







Noam Chomsky

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